domingo, 31 de julio de 2011

Evolución

Hace algunos años, el planteo sobre el odio hubiera sido el siguiente: las odio a ellas porque están calientes con él y lo odio a él porque les debe sacar la calentura una o dos veces por semana.

Las odio

Por ejemplo: a Naty la odio. No sé bien quién es, pero la odio igual. No sé si tiene cincuenta años o si es enemiga del desodorante o si tiene mal aliento o si mide uno setenta y cinco y tiene las tetas por el cuello. No sé nada de ella, ni siquiera a qué se dedica, y sin embargo la odio. También odio a Clari, a Sole y a Mica. Pueden ser compañeras de trabajo o de facultad o amigas de la infancia o un montón de posibilidades más. Las odio a todas por igual porque escucho sus nombres y nada más que sus nombres y mi cabeza fantasiosa les inventa un cuerpazo y una personalidad increíble y estoy segura que todas, absolutamente todas, están calientes o enamoradas o calientes y enamoradas de mi novio.

domingo, 24 de julio de 2011

¿Cómo? Así

No es que esté mal, pero hay algo que no está del todo bien. Básicamente estoy aburrida. Todo me parece mínimo: los momentos de alegría, las satisfacciones, los problemas (mios y ajenos). Al mismo tiempo, estoy bastante productiva y el tiempo de procastinación virtual se redujo casi a lo imperceptible. No posteo en los blogs, no paso tiempo en twitter, casi no abro facebook. No miro televisión, casi nada, y ésta es una de las cosas que más me sorprenden: el temor que tenía de que el trabajo en casa sea incompatible con el aparato a metros mios era una ilusión fundada en lo que era hace algunos años. Hay un cierto contraste entre las cosas buenas que estoy contando y eso que siento de que hay algo que no está del todo bien. Estoy más abandónica que nunca y no es por algo en particular y ni siquiera es por el invierno. Quiero decir: no hay ningún motivo identificable por el que pase tanto tiempo sola y supongo que esa incomprensión es la que no me deja determinar si estoy bien o estoy mal. Digamos que estoy y punto. Algunas cosas que no están bien y me sacan de las casillas: no logro levantarme a la mañana. Envidio profundamente a las personas que siendo las diez ya hicieron dos o tres cosas o al menos una (acá se me ocurre que hacer una cosa antes de las diez puede ser: desayunar, con eso ya estaría satisfecha) y los envidio tanto que les deseo una vida de larguísimas siestas y llegadas tardes. No logro salir de la cama hasta pasadas las once. Y no está bien. Y todas las mañanas casi mediodías, cuando logro destaparme y levantarme lo primero que me sucede es que me baña un mar de mal humor que dura algunas horas y a veces más. Pongo el depsertador lejos y hago todas las cosas para poder levantarme pero me lanzo al absimo de los cinco minutos más y los cinco minutos más siempre se transforman en cincuenta.

Trabajar en casa es tan satisfactorio como raro. El otro día hablaba con un amigo que también edita en su casa y comparábamos métodos y rutinas porque el no tener la obligación de cumplir un horario te desacomoda toda la rutina laboral. Me levanto cerca del mediodía y mientras desayuno abro el proyecto que esté editando y el proyecto queda abierto todo el día y a veces son las once de la noche y yo sigo ahí sentada pero nunca termino de entender si trabajé mucho o poco: es difícil contabilizar cuántas horas estuve realmente trabajando, cuántos recreos me tomé o cuántas veces bajé al super o a la verdulería o a sacar la basura. En general me da la sensación de que me pasé el día editando y está claro que nunca me paso el día editando. Pero al mismo tiempo, trabajar en casa es lo más lindo que me pasó desde que trabajo. Controlar mis tiempos todavía no me sale, pero sí me sale trabajar bien y contenta y poder parar cuando sé que estoy editando por inercia o cuando los ojos no me dan más o cuando necesito despejarme un poco porque ya no se me ocurre qué hacer. Y si bien es cierto que en cualquier trabajo uno tiene derechos a pausas, las pausas en casa son diferentes: el otro día, por ejemplo, paré un rato de editar y me puse una linda música y amasé pizzas y después me lavé las manos y seguí trabajando. Vale la pena no entender si trabajo mucho o poco porque esos momentos de estar en casa haciendo lo que se me canta son invalorables. Por ésto, los que trabajan fuera de sus casas, pueden envidiarme con muchísimo ahínco.

Lo que sí pasa cuando uno trabaja en casa solo tanto tiempo es que el nivel de soledad llega a un límite de saturación que es difícil de manejar y creo que esa costumbre de no hablar con nadie en todo el día me está llevando a esto de estar más solitaria y callada que nunca, aunque algunas veces sí se torna insoportable y sí necesito estar con alguien y charlar pavadas y todas esas cosas sociales que me cuestan muchísimo pero me traen muchas alegrías. Breves, las alegrías, como decía al principio: invito alguien a casa y después quiero que desaparezca porque ya está, ya nos vimos, ya interactuamos, ahora andate. Estoy odiosa.

El viernes trabajé fuera de casa y se me hizo imposible, no por el trabajo en sí sino porque eran las diez de la noche y yo seguía trabajando y la jornada no había sido de las mejorcitas y estaba sola en una productora y cuando cerré todo para finalmente irme, se me trabó una llave en la cerradura, la rompí, no sé, y me agarró una crisis nerviosa que estuvo a punto del llanto mocoso pero se quedó ahí. Me fui y me tomé un taxi para ir a la casa de Juan y le expliqué al taxista cómo ir y venía pensando en algunas pavadas, la mayoría de ellas relacionadas con: cómo puedo ser tan pelotuda de meter una llave en una cerradura y romperla y ni estaba pensando en el recorrido y evidentemente el taxista tampoco estaba pensando en el recorrido y se olvidó de doblar en una avenida y nos desviamos un montón y yo me taré y no sabía cómo salir del berenjenal donde estábamos metidos, estaba perdidísima y creo que el taxista también, pero el forro en lugar de parar y preguntar inventaba circuitos por la ciudad de lo más laberínticos y me agarró un miedo feroz que sólo me hacía pensar que el tipo me estaba mareando a propósito para llevarme a un descampado y violarme y matarme. Y en lugar de agarrar el teléfono y llamar a Juan o algo, me quedé como petrificada hasta que me di cuenta que el pelotudo del taxista se había tarado mucho más que yo y estaba por doblar de nuevo como el orto y si doblaba como el orto de nuevo empezábamos a bordear el cementerio de la Chacarita y ahí te quiero ver, qué hacés, te bajás y corrés, te metés entre las tumbas, te tirás abajo del tren. Todas las calles que agarraba me resultaban desconocidas y eran todas calles angostas y oscuras y bajarme ahí, en el medio de la nada (para mi, Capital Federal puede convertirse en la nada) y, de nuevo, en vez de llamar a alguien por teléfono aunque sea para decirle dónde estaba, me quedé helada hasta que leí Cucha Cucha y todo mi gps mental empezó a acomodarse de nuevo y cuando llegamos a Avenida San Martín supe que ahí sí podía bajarme o que ahí sí podía ubicarme o que ahí no, no me iba a violar ni matar ese taxista tan boludo. Le pagué al taxista y me bajé casi corriendo de su auto y cuando toqué el timbre el taxista arrancó y a mi se me salía el corazón de la desesperación y apenas lo vi a Juan lo abracé y me largué a llorar como una nena, le decía que el taxista me había asustado y Juan, no sé, esas cosas que hacemos por impulso, salió a la vereda pero ya ni se veían las lucecitas del auto. Lloré y lloré y él me abrazó y era la cerradura que rompí y la jornada de trabajo que estuvo rara y que no logro levantarme antes de las once y que tengo a mis amigas abandonadas y que mi mamá me pregunta cada vez que me ve cuándo voy a tener un hijo. Y lloré hasta que me tranquilicé y me di cuenta que las cosas no salen como uno se las imagina y que todo es mucho más difícil de lo que pensamos y que el taxista no era malo sino medio boludo y que yo no puedo congelarme tanto como para tener tanto miedo por algo y no hacer nada al respecto.

viernes, 22 de julio de 2011

Personitas especiales

-Los actores.

lunes, 18 de julio de 2011

Freelance II

Mucho piyama pero no cobré aguinaldo.

Freelance

Lunes, 15:40
Sigo en piyama.

Antes que hijos, mil sobrinos

Hace algunas semanas le pregunté a Juan por qué pensaba que la gente tenía hijos y me contestó: "Porque quiere". Y después agregó: "O porque sale algo mal". Sus respuestas, además de causarme un poco de gracia, me hicieron dar cuenta que estaba expresándome mal. Lo que me gustaría saber, entonces, es por qué la gente quiere tener hijos. Parece una pregunta un poco soberbia pero no lo es: me encanta que la gente tenga hijos y disfruto de sus hijos pero no termino de entender el deseo de tener hijos. Digo ésto y me da un poco de dolor porque estuve pensando que yo soy demasiado egoísta para tener hijos y el tipo de egoísmo del que hablo viene por partida doble: por un lado me gusta demasiado mi vida así, en soledad; y por otro lado, si tuviera un hijo, no podría compartirlo con nadie: no lo toques, es mi hijo. No lo abraces, es mio. No lo malcríes, para eso estoy yo. No me gustás como novia ni como novio y no quiero compartir mi cría con nadie. Si yo tuviera un hijo lo guardaría toda la vida. Sería un desastre. Yo hoy digo que no quiero tener hijos, no quiero hoy ni quiero mañana ni quiero pasado. Y por eso, porque sé que hoy no quiero tener hijos, debe ser que no termino de entender por qué hay gente que sí.

martes, 12 de julio de 2011

lunes, 11 de julio de 2011

Momentos feos (IV). Edición: EL ASCO

-Estornudar y quedarse con mocos en la mano.
-Arañazos en el inodoro.
-Papá juntando saliva y escupiéndola por la ventanilla del auto.
-El vómito de un gato.

domingo, 10 de julio de 2011

Una familia muy normal

Cuando era chica no me daba cuenta de algunas cosas que pasaban en mi familia, algunas cosas horribles que para mi eran simpáticas. O alegres. O simpáticas y divertidas. O algo similar. Así, rapidito y sin pensar tanto, se me vienen tres a la cabeza.

Una vez mi hermano se fue con unos amigos un fin de semana largo a Mar del Plata y, por supuesto, cuando llegó a la ciudad feliz llamó por teléfono a mamá, le avisó que había llegado bien y le contó en qué hotel estaban parando y le dejó un teléfono por cualquier emergencia. Claro que en esa época no había celulares y no existía internet y si existía nosotros no estábamos enterados. Cuestión que ese mismo día sucedió algo completamente fuera de lo normal en mi casa: se decidió que los que habíamos quedado acá nos íbamos a pasar el fin de semana a Mar del Plata. En casa nunca pasaban estas cosas, las vacaciones eran quince días en enero y era el único momento del año en que se viajaba (bueno, miento, algunas vacaciones de inviero yo me iba con mamá a Posadas). Armamos unos bolsitos y emprendimos viaje y al llegar a la ciudad feliz buscamos el hotel donde estaba parando mi hermano con sus amigos y reservamos una habitación no sólo en el mismo piso sino al lado, exactamente al lado, de la habitación de ellos. Para mi era como una sorpresa genial, caerle a mi hermano y sus amigos y sorprenderlos de esa manera, supuse que era lo más feliz que podía pasarles.

Otra vez, mi hermana había terminado el tortuoso curso de guardavidas y estaba haciendo las prácticas en Ostende o Pinamar o uno de esos que queda por ahí. Justo uno de los fines de semana que ella estaba allá, a mi papá le entregaron un auto nuevo y se decidió que para ablandarlo iríamos los que estábamos acá, a visitar a mi hermana. Así que preparamos los bolsitos y le caímos a la playa donde ella tenía que nadar por la mañana y cuidar a los turistas por la tarde. Para mi, de nuevo, esa debía ser la mejor sorpresa y el mejor regalo que podíamos darle a mi hermana, pero lo cierto es que cuando nos vio se puso muy seria y a los diez minutos de estar con nosotros dijo que tenía que hacer cosas. Ese mismo día nos volvimos a Buenos Aires.

Una noche llegamos a casa con mis papás y yo grité el nombre de mi hermana porque sabía que mi hermana tenía que estar en mi casa. Escuché su respuesta y cuando subí la escalera para saludarla, me di cuenta que se había quedado encerrada en la habitación. Rápidamente mi papá y mi mamá hicieron todos los arreglos correspondientes para sacarla de ese estado de desesperación, y cuando se abrió la puerta nos dimos cuenta que se había quedado encerrada con el novio que tenía por ese tiempo. Para mi, de nuevo, fue una situación tan cómica que no paraba de reírme y de hacer chistes al respecto. No recuerdo qué hicieron o dijeron mis papás, porque durante mucho tiempo para mi fue una anécdota graciosa. Ahora,que lo pienso, ahora, que me doy cuenta de la gravedad que implica para mi familia que una de sus hijas esté encerrada en una habitación con un novio, no quiero ni imaginarme la cantidad de puteadas y castigos que debe haber recibido mi hermana.

sábado, 9 de julio de 2011

Vieja mechera

Debo haber sido la presa más fácil que se haya cruzado en toda su vida. La cola para pagar las cuentas, esa cola larguísima que me estaba consumiendo una hora de mi preciada mañana, sumado al relajo que tenía post pilates, me había convertido en un ente que pensaba en cualquier cosa (especialmente en el desayuno que estaba demorando, en el jugo de naranjas y el café calentito y las tostadas un poco quemadas). Yo sé que estaba colgada de una palmera, mirando todos los artículos de las góndolas de esas farmacias que parecen un parque de diversiones para adultos. Sé que estaba concentrada en comparar los precios de veinticinco jabones diferentes, que estaba haciendo cuentas mentales mirando al techo de la farmacia y pensando que por primera vez estaba haciendo la cola para pagar las cuentas sin tener ninguna cuenta a punto de vencer. Y sé que debo haber sido la presa má fácil de todas porque usted, señora, hizo contacto visual conmigo y me charló del día precioso que hacía afuera y del poco frío que hacía a comparación de la semana anterior. Debo haber parecido la personita más estúpida de toda la cola, con mi cuadernito Rivadavia y la billetera sobre él, personita tan fácil de distraer, niña inocente que jamás pensaría que una señora chiquita como usted podría llevarse toda mi plata y todos mis documentos sin que yo me diera cuenta. Qué fácil fui. Qué suerte tuvo.

Me pareció brutal, ésto tengo que confesarlo, la manera en que decidió gastar todo el dinero que tenía la billetera que le robó a su facilísima presa. Un camión de embutidos, unos buenos frascos de conserva, unos ricos panes caseros, un salamín picado fino o un pedazo de salchichón. Señora, que usted se haya llevado mi billetera me partió al medio la economía mensual y al mismo tiempo puso en funcionamiento una cadena de bondad que atravesó Almagro, llegó a Ramos Mejía y regresó a Almagro donde finalmente recuperé todos mis documentos y los papelitos tontos que guardo desde que tengo veinte años y uso esa billetera que es tan gastada, tan fea, tan vergonzosa. Usted salió de la farmacia y me empujó un poco y ni siquiera se paró a pedirme perdón. Y en el momento me resultó raro porque estaba llegando su lugar para pagar y usted se iba, y yo no entendía, pero la rareza de su comportamiento me resultó así por unos segundos, después seguí concentrada en el precio de los jabones.

Cuando llegué a mi casa, me parece fundamental que sepa esto, lloré como una nena de dos años y grité por el departamento que no puedo ser tan idiota, tan colgada, tan confiada, que no puedo andar por la vida pensando que todas las personas son buenas y que nadie en el mundo haría algo para dañar al otro. Y quiero que sepa que esa sensación me duró toda la tarde y un poco de la noche, hasta que me llamó mi cuñada con la voz ronca por una gripe que la está matando y me dijo que una señora de una fiambrería, la fiambrería que está al lado de la farmacia, había encontrado mi billetera con los documentos, y que había revisado para saber cómo podía contactarme y que lo único que había encontrado era el carnet de un video club de Ramos al que no voy desde el 2003, y se había arriesgado a llamar rogando que quien la atendiera se copara y le pasara algún dato mio, algún teléfono donde encontrarme, y que el hippie del video club había llamado a mi mamá y atendió mi cuñada y mi cuñada me llamó a mi y la cadena de la bondad se cerró a la perfección y por eso yo caminé dos cuadras y me reecontré con mis cosas.

Le repito, señora, que mientras caminaba a la fiambrería lo único que pensé fue que usted, en ese preciso instante, se estaba organizando la picada de su vida, que había invitado a la familia, a los amigos y los vecinos, que iban a disfrutar de los mejores embutidos y los mejores panes las mejores conservas. Y ojalá, esto se lo digo con el corazón, haya disfrutado ese momento como el mejor momento de su vida. Que todo mi mal humor y mis malabares para llegar a fin de mes se hayan convertido en el mejor banquete de su triste y lastimosa vida.

jueves, 7 de julio de 2011

A veces me da muchísima tristeza ver a amigas sufriendo por tipitos que no valen ni diez centavos.

domingo, 3 de julio de 2011

Siestas que cualquiera

-La que me tomo a veces cuando vuelvo de pilates, tipo once y media de la mañana, y dura hasta la una y media o dos.

-La de la noche de los fines de semana. Esa que arranca tipo ocho y dura hasta las diez.