miércoles, 28 de noviembre de 2012

Desayuno con frutillas

En la casa de mis papás no había postrecitos, ni yogures ni cereales.
Yo iba a la casa de mis amigos y envidiaba sus heladeras llenas de Serenitos y sus cajas de Kellogg's y envidiaba profundamente que los postres fueran postres: tortas, golosinas, turrones, cosas ricas; y no bananas, naranjas, manzanas. La fruta no es un postre.
Yo lamento informarle a los padres progres que alimentan a sus hijos de la manera más correcta y balanceada y nutritiva que después los hijos nos babeamos por los alfajores que tienen nuestros amigos en el desayuno. Babeamos por los panchos de las casas de otros. Babeamos por los paquetes de papas fritas y babeamos por las interminables botellas de Coca Cola. Y no se dejen engañar con eso de que sus hijos aman las naranjas: las amamos para que ustedes no nos rompan las pelotas y en cuanto tenemos veinticinco centavos (en mi época eran veinticinco centavos) corremos por un Guaymallén aunque sea de cera y dulce de leche duro. Después los hijos crecemos y queremos ser sanos y volvemos a la naranja y lo demás, pero en la infancia es otra cosa. En la infancia babeamos por lo que no podemos comer en casa, por lo que no tenemos en casa: pueden ser cereales de primera marca o pan lactal o yogures saborizados.
En la infancia yo miraba los comerciales de los All Bran y los comerciales siempre tenían una familia hermosa y sonriente que desayunaba en familia todos los días. Una familia perfecta con un cuenquito lleno de cereales a los que le echaban en una perfecta cámara lenta una perfecta leche nutritiva y unos perfectos pedazos de frutillas. Ay, cómo me babeaba pensando en lo millonario y perfecto que uno debía ser para desayunar cereales con frutillas y me preguntaba si alguna vez lo lograría: en mi casa las frutillas eran postre y nada más que postre, desayunar en familia era casi utópico y que haya una caja de cereales All Bran en una familia de cinco era imposible.
Hoy a la mañana a mi yogur natural le eché un chorro de miel y arriba de eso unos cereales de avena y miel y arriba de eso, en la cima del desayuno, cumpliendo el sueño de toda mi infancia, le rebané unas frutillas.

jueves, 22 de noviembre de 2012

A veces veo viejecitos con accesorios muy de moda: collares de colores o anteojos excéntricos o vinchas con moñitos. Algunos también usan esas prendas que trasladan el accesorio a la ropa en sí: una remera con brillitos pegados, con apliques, con cintitas. Siempre les queda raro y algunas veces hasta ridículo. Se nota que no lo han elegido ellos y en el noventa por ciento de los casos puedo asegurar que fueron sus nietos, que les regalaron eso para perpetuarlos en la juventud y no pensar nunca en la posible muerte de sus queridos abuelos. Les regalaron unos anteojos muy extraños que usaría un chico en la Creamfields y al ver al abuelo con eso le dijeron "Qué lindo y canchero te queda, abuelo, parecés de veinte".

domingo, 4 de noviembre de 2012

Con la excusa de la comida / Día 3

La nostalgia está muy de moda. La nostalgia en forma de música del pasado, películas del pasado, ropa vintage, decoración vintage, ahora todas queremos saber cocinar y también coser y algunas bordar y  estamos a un año de nostalgia de querer abrir la puerta para ir a jugar. Vuelven las golosinas de antes, los bigotes de antes, los estampados tropicales de antes, las comidas de antes. El sábado rendí honores a las milanesas de mi vieja y los ñoquis caseros de papa.

Voy a caer en el lugar común que reza mi vieja hace las mejores milanesas de universo. Mientras almuerzo las milanesas fritas me preguntan por qué agarro un trabajo que no necesito y encima tan lejos y cuando explico que es una semana y que Uruguay está acá nomás, más cerca de lo que creemos, me contestan por qué agarrás un trabajo que no necesitás y encima tan lejos. Pero la pregunta me queda ahí, rebotando, y todavía está ahí hoy, como si fuera una comida que me cayó mal.
En la casa de mi mamá las ensaladas son básicas: lechuga, tomate. En la casa de mi mamá las cosas son básicas: no viajes sola, no vivas sola, no comas sola. En la casa de mi mamá los helados vienen en caja y se sirven en plato y el pan siempre es de ayer. En la casa de mi mamá no hay nostalgia porque el pasado es algo que tratamos de no recordar cuando estamos todos almorzando.

¡Qué noble el ñoqui! Verano o invierno, con una salsita de tomates medio tranqui o un pesto de media cabeza de ajo, con aceite y queso, de papa, batata, remolacha, ricota, el ñoqui no falla. Los primeros ñoquis que armé con estas manitos que tengo yo fueron a partir de una premezcla de una harina y eran duros como una roca y como una roca caían al fondo del estómago y te dejaban de cama hasta pasado mañana. Después me arriesgué y amasé unos de batata a los que olvidé ponerles sal y a los que quise saltear en aceite de olvida y ajo sin tener en cuenta que cada vez que salpicaba una gotita de agua de cocción en el aceite caliente, el aceite saltaba y me salpicaba los brazos, me quemaba yo, se quemaba el ajo que quedaba oscuro y amargo e igualmente: mucho queso y adentro. Después me perfeccioné: soy la reina del ñoqui (soy la reina de la harina).

Cada vez que como alguna comida preferida de la infancia pienso qué hubiera pasado si mi infancia hubiera sido diferente. Qué hubiera pasado si mi mamá no hubiera sido tan controladora o qué hubiera pasado si me animaba a estudiar actuación o qué hubiera pasado si nunca me cambiaba de un colegio estatal a uno privado.

En Montevideo se respira nostalgia por todos lados. Hay una mezcla de abandono y melancolía, de tristezas, sonrisas amargas, gente mirando el horizonte. En Montevideo todos recuerdan qué hacían hace treinta años y lo recuerdan con lujo de detalles. En Montevideo hablan de cuentos para referirse a algunas anécdotas, toman whisky antes de la cena, comparten más de lo que tienen y son todos, profunda y serenamente, muy felices.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Con la excusa de la comida / Día 2

Colaciones.
Me había olvidado que las galletitas Lincoln eran tan adictivas. Como una, como mil. Las acompaño con mate, con té, con café. Puedo comerlas entre comidas y como postre. Hace algunos años trabajaba en una productora y los viernes, día en que entregaba todas las notas que editaba, pasaba por una estación de servicio y por nueve pesos me compraba un café y un paquete de Lincoln y me iba a la productora, sintiéndome canchera por estar en la calle con un vasito de café con tapita. Me bajaba las Lincoln en media hora y después, con la panza llena de ahrinas, trabajaba de lo más contenta. No sé si no engordaba o qué pero en esa época comer o no comer harinas era algo que ignoraba por completo.
 
El mercado de Belgrano.
Me hice la que había ido porque no daba decir que nunca había ido pero la verdad es que lo conocía de nombre y porque lo había leído en alguna de esas notas cancheras que hay ahora, esas del tipo "Los diez mercados para nostálgicos". Entré y me recibió una ola invisible de olor a carne cruda y me dio tanto asco que dije en voz alta qué asco la carne y casi salgo a tomar un poco de aire pero no salí. Después me expliqué: no es tanto qué asco la carne sino qué asco el olor a carne cruda y la cantidad de carne que había en ese lugar y los delantales blancos manchados de sangre, las tiras de chorizos, las ruedas de chinchulín y los pisos húmedos, los pedazos de grasa sobrantes, las tablas de madera con cuchillos clavados y el ruido de la picadora y qué asco. Terminé comprando un shawarma completo (con lechuga, tomate, cebolla con perejil y un huevo a la plancha) y el árabe que lo preparó hizo un chiste en un castellano deformísimo, chiste al que respondí sonriendo y nada más. Mientras volvía de comprar me dije ante la duda, una sonrisa. La señora del puesto era parecida a Amira Yoma (operaciones incluidas) y el señor de la caja quería explicarle a una chica que ellos tomaban pedidos por teléfono pero después ella tenía que ir a buscarlos (es decir que no había delivery) pero no le salía y le repetía hacemos delivery pero sin llevártelo a tu casa. Cuando salí del puesto/local me tropecé y casi me caigo porque no vi que había un escalón: nada me parece más humillante que caerse de una manera tan pero tan tonta. En la media hora que estuve ahí dije mucho qué rica la comida árabe, qué rico el humus, qué rico el tabule, qué rico el keppe crudo, qué rico ese yogurcito, la ensalada, esas beremnjenas, el falafel, todo.*****
 
El barrio chino
Una vez probé el chow fan y fue un camino de ida: estuve varios meses almorzando chow fan hasta que un día mi cuerpo me pidió que por favor parara. Lo hizo en forma de sensación nauseabunda generalizada. Después de eso pasé varios años sin probar comida china hasta que me mudé cerca del barrio chino y me amigué. Mejor dicho: me amigué con reservas. Ahora vuelvo al barrio chino sólo como turista y como buena turista me asombro por todo cada vez que voy, quiero comer todpo, todo me parece exótico. Igual no me la juego tanto: comí primero en la calle unos pinchos de buñuelos de verdura y después en un restorán un pollo con almendras (impresionante, tenía pedacitos de bambú, yo no me acuerdo si alguna vez había comida bambú pero me encantó: es como comer jazmín) y le robé a quien estaba conmigo un poco de arroz con langostinos. Todo muy rico. Un poco aceitoso, pero rico. Antes de entrar al restorán contpe que ya había ido una vez a ese y que estaba muy bueno, que me acordaba porque ahí había conocido a la mina más nmeurótica que vaya a cruzarme en toda la vida. Recuerdo esa noche como una noche de mucho sufrimiento. salvada por la comida de ese lugar. La mina no paraba de hablar, de hacer barullo, de contar anécdotas cruzadas unas con otras, parecía que se le amontonaban tanto las palabras en la cabeza que las escupía así nomás y uno tenía que ir armando los diferentes discursos que ella estaba dando. Un rompecabezas.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Con la excusa de la comida / Día 01

Consumo pastillas de menta o de mentol.
Si no fuera yo la que las consumo diría mirá esa, qué pelotuda, consumiendo con ganas pastillas que no son golosinas, pastillas de jubilada, de empleada municipal. O diría mirá esa, que aburrida, al borde de los media hora, no me convides tus pastillas de menta de viejo, dame sabores artificiales, dame frutilla, tutti fruti, bananita dolca. A ese otro yo le digo: peor es fumar.

Desayuno café con leche por inercia. La cafetera de casa no es buena ni es mala, es de esas comunes con un filtro común, de una marca común, nada de cápsulas de latte ni trituradora de granos de café. Filtro de papel, una cucharada de café molido por taza de agua y esperar. Y aún así el café me sale mal. Todos los días me sirvo una taza mitad café y mitad leche y siempre dejo la mitad. Antes le sumaba una tostada de pan lactal con queso crema y casi todos los días un vaso de jugo.
Hace un tiempo decidí bajar la cantidad de harina aunque nunca suprimirla del todo: amantes del pan, los desafío a no comerlo durante una semana, verán que se sienten miserables, malhumorados, infelices y amargados. La vida sin harinas es una vida que no merece ser vivida. Decía: intento bajar las harinas pero lo único que he logrado es suprimir la tostada mañanera.

Cruzamos la calle con mi compañero de trabajo dispuestos a comprar el almuerzo en el mismo lugar donde compramos todos los días: todos los días repito que mañana voy a traerme algo de casa y todos los días mantengo la promesa intacta. No sé cumplir.
Sánguche de jamón crudo, rúcula, tomate y queso. Cuando era chica no comía jamón crudo porque me parecía comida de adultos. Habiendo paleta, jamón y salame a quién podía ocurrírsele comer jamón crudo. Solamente a un viejo. Empecé a comer crudo cuando me mudé con mi ex. Enfrente de casa teníamos una fiambrería impresionante y ahí, además de pasar al glorioso mundo del jamón crudo, también pasé al glorioso mundo del queso: recuerdo con perfección el día que compré mi primer pedacito de queso camembert y busqué en internet: "recetas para hacer con camembert". Cosas de la gente de provincia.
La rúcula, en cambio, ni me gustaba ni me dejaba de gustar y no creía que perteneciera necesariamente a un grupo etáreo en particular: no la conocía. En casa las verduras que se consumían eran: lechuga, tomate, repollo, papa, zanahoria, remolacha, batata, choclo, a veces zapallitos (rellenos con carne) y a veces acelga (en forma de pascualina o croqueta frita). Todo el otro abanico de verduras era una dimensión desconocida. No sé cuándo fue la primera vez que comí rúcula (seguramente fue en Palermo en el 2004) pero sí sé que durante mucho tiempo me pareció algo bastante lujoso: un gusto verduril que uno se podía dar muy de vez en cuando.

Cerveza en jarra y maní transpirado. En el amplio universo del snack feo, el podio lo compiten los palitos salados con sabor a humedad y las papas fritas blandas. Pero el maní transpirado, ese en el que la sal se empezó a convertir en unas gotitas líquidas, no se queda atrás. Yo igual le entro. Es al único al que le perdono todo y más si viene con cerveza. En Ramos (y seguramente en muchos otros lados también) se usaba mucho combinar el maní con la cerveza todo en el mismo vaso. A eso ya no le entro. Yo tengo mis límites. Son difusos, pero están. Cada vez me emborracho más fácil y cada vez digo más barbaridades: ayer me enteré que si decís en voz alta delante de gente que no conocés demasiado que "a mi me gusta un poco la plata" no te miran del mejor modo. Anhelar tener dinero todavía no está muy bien visto. ¡Y eso que lo había suavizado con el "un poco"!

Tenía que cocinar una tarta de zapallitos partiendo desde la masa y terminando en lavar los platos pero la fácil borrachera y el cansancio y todo lo demás: pizza comprada. Y después un chocolate con maní que estaba en la mesa del living desde el sábado a la noche. ¡Qué conducta extraña pasar tantos días viendo un chocolate y no comerlo!

jueves, 16 de agosto de 2012

Pap y colpo

La chica que me atendió era muy amorosa pero solamente me dijo que me sacara la parte de abajo y me pusiera la bata que estaba en el baño.
La bata que estaba en el baño era verde agua, enorme, con dos cintas y ninguna etiqueta que dijera qué parte iba adelante y qué parte iba atrás.
Me la puse más o menos como me pareció que iba pero quedé medio tapada medio desnuda y mientras salía del baño le dije a la chica amorosa que como no sabía cómo ponerme la bata me la había puesto así nomás.

Estaba nerviosa.

La chica me dijo acostate en la camilla y lo que para ella es rutina para mi es algo de una vez al año y nunca me acuerdo si es lo mismo si la cola más allá o bien en la puntita y lo único que recuerdo son los talones acá (el acá es una cosa metálica, como estribos de caballo, ¿éstos también se llamarán estribos?).

martes, 10 de julio de 2012

El casamiento que no fue y la embajadora de China

De haberse concretado diría: a mi casamiento vino la embajadora de China, llegó en una limusina roja que se parecía más a un paquete de pan lactal. Tenía el pelo largo oscuro y lacio y muchos guardias de seguridad. No sé quién la invitó.

Era en una casa antigua con mucho parque alrededor. Había flores y mucho sol. No me acuerdo por qué me casaba pero sí me acuerdo que estaba apenada porque me estaba casando aunque Juan nunca me había propuesto casamiento y yo tampoco se lo había propuesto a él. Era como un trámite con mucho sentimiento, alegría y amor. Burocracias románticas.

En el supermercado, antes del casamiento, dejaba tres tortas a medio hacer. Ninguna me salía del todo: olvidaba algún ingrediente, olvidaba prender el horno, olvidaba apagarlo. Me iba del supermercado porque se hacía tarde para la ceremonia y me daba vergüenza dejar las mesadas sucias porque otros tendrían que limpiar lo que yo había ensuciado y me parecía injusto. Pero aun así me iba: el casamiento me esperaba.

Como no tenía vestido de novia por lo repentino del trámite lleno de amor, me ponía una pollera muy cortita y muy apretada de color negro, y una remerita azul eléctrico también muy apretada y bastante escotada, pero como yo era muy flaquita y menudita todo me quedaba muy lindo. El gran problema vino con el peinado: primero había pensado en no hacerme nada, dejar mi pelo lindo como lo tenía pero después (de repente, no sé), me daba cuenta que el pelo tan largo quedaba ordinario entonces dudaba. Finalmente una prima me agarraba dos mechoncitos y me hacía una media cola.

En eso que yo estaba terminando de acicalarme con el pelo y lo demás, se paraba todo porque llegaba la embajadora de China: una limusina roja con forma de pan lactal para frente a las escaleras y ella se baja, impecable, blanquita, con la piel transparente como un papel de calcar, con muchos guardias de seguridad.

viernes, 6 de julio de 2012

Tres

1. Usé aparatos (se les empezó a decir brackets después de que dejara de usarlos) desde los seis hasta los doce. Tenía un diente que estaba orientado mal dentro de la boca, digamos que apuntaba para adelante, no sé bien cómo explicarlo pero estaba al revés que todos los demás. Todavía tengo por ahí guardado el molde que me hicieron, el que se hacía con un dispositivo lleno de masa (o plastilina o crealina) que había que morder. El dispositivo daba arcadas pero el procedimiento terminaba justo antes que la arcada se transformara en vómito (una vez una tía mía fue por primera vez al dentista en toda su vida, tendría treinta años, y no pudo contener el vómito hasta después de terminado el procedimiento del molde de la boca y le vomitó el delantal -y las manos y los brazos y un poco las piernas- a la dentista). Si tuviera una foto del molde a mano la pondría acá para que se entienda para dónde corno estaba orientado el diente rebelde de mi boca. Durante los seis años que usé aparatos (fueron diferentes, siempre movibles, siempre colores chillones como fucsia o turquesa, algunos con brillitos) fui a la misma dentista todos los viernes a la tarde. Me ajustaba o desajustaba los aparatos, revisaba que la posición del rebelde diente se estuviera amalgamando a la posición de todos los demás dientes de la boca y me iba a casa y el viernes siguiente lo mismo y así, Un viernes mi mamá se cansó de llevarme todos los viernes a la dentista y no fuimos más. Dejé de usar los aparatos. El diente rebelde ya estaba más o menos emparejado con los demás dientes. Cuando me salieron las muelas de juicio se me torció todo menos el diente rebelde.

2. A los doce años más o menos tenía una cantidad de granos que era espantosa. Comía muchísimos chocolates y manteca y tenía: puntos negros, granos rojos, granos con pus, granos con pus y con sangre y toda la gama de acné juvenil que exista. Un día le pedí a mi mamá que me llevara al dermatólogo porque pensaba que iba a quedar con la cara horrible y llena de granos por el resto de mi vida. Me llevó y el doctor, un peruano o paraguayo o chileno (en los 90 habíamos importado muchísimos médicos latinoamericanos) dijo que era normal pero que si quería quedarme tranquila podía hacerme unas limpiezas diarias con este producto y podría ponerme antes de dormir con un algodón este otro producto y por las mañanas antes de salir al colegio podría pasarme esta cremita. Anotó todo en un recetario pero no lo selló y ni siquiera lo firmó porque no me estaba medicando nada. Cuando salimos del médico pensé que íbamos a ir a la farmacia a comprar toda la parafernalia ant acné juvenil pero mi mamá propuso que dejara de comer manteca. Un tiempo después viajamos a Posadas a visitar unos parientes medio lejanos y la abuela de mis primas (que no era mi abuela y ellas tampoco mis primas) me dijo que lo mejor para el acné juvenil era, por las noches, hacer pis en un vasito, mojar un algodón en el pis y pasarlo por la cara. Muchos años después la orinoterapia tuvo su minuto de fama.

3. Cuando me hice señorita, además de llorar porque tenía pensado que el temita iba a ser un poco más divertido que un poco de sangre amarronada, aumenté un montón de kilos en panza, tetas y culo que ya nunca pude bajar. Durante varios años luché contra esos kilos pero eran unas batallas mentirosas que rozaban peligrosamente el desorden alimenticio: almorzaba lechuga y a la tarde me clavaba cuatro o cinco alfajores guaymallén (en general eran cuatro, salían 0, 25, yo siempre gastaba 1 peso redondo). Mi mamá me contó que había visto en el centro de Ramos un nuevo gimnasio que ofrecía: personal trainer Y dieta. Fuimos. Tuve la entrevista con el personal el personal trainer que además de personal trainer era dueño del lugar, mucama del lugar, administrador y todo lo demás. Y encima tenía una peligrosa adicción a los desodorantes de ambiente: vaciaba un tubito en dos horas. Caminaba apretando el cosito y recorría todo el gimnasio que era chiquito y tenía dos o tres cintas para caminar y dos o tres bicicletas fijas. El primer día, en la entrevista, le conté cuáles eran mis aspiraciones, el me dio un discurso motivacional de "vamos a lograrlo" y una carpeta con la dieta que tenía que seguir: tenía que repetir la misma comida durante toda una semana y tenía que ir al gimnasio tres o cuatro veces por semana, dos o tres horas cada día. Cuando le mostré la carpetita a mi mamá me dijo "Ddámela que yo te la guardo, me parece que no es necesario ser tan estrictos con las comidas, es aburrido y trabajoso comer todos los días lo mismo". Abandoné el gimnasio con olor a baño público dos meses después de haber empezado. Lamentablemente, no lo habíamos logrado.

lunes, 28 de mayo de 2012

Lunes

-Zapallitos rellenos versión vegeta (en lugar de carne, trigo burgol)
-Lechuga (con semillitas).



Aquí, el debate: ¿debería haber dicho ensalada de lechuga? Cuando hay solamente un ingrediente: ¿califica como ensalada?

Linda por accidente

Hoy estoy vestida muy linda y bastante elegante porque la mitad de mi ropa está húmeda desde el domingo pasado y la otra está sucia.

domingo, 27 de mayo de 2012

Imposible terminar mejor el fin de semana largo

Asado.
Ensalada de espinaca, parmesano y ajo.
Ensalada de papas, huevo y perejil.
De postre, flan.

Todo caserito.


sábado, 26 de mayo de 2012

La vida cotidiana del sábado

Estamos todo el día juntos pero separados.
Juan está arriba. No sé qué hace. De a ratos escucho su música o sus videos.
Yo estoy abajo. En el sillón, con la compu, el mate, un libro y los cigarrillos. Tengo frío pero no se me ocurre cerrar las ventanas. "Cerrá las ventanas" me dice Juan en una de sus bajadas estratégicas a la cocina y yo le digo que no, que prefiero abrigarme o taparme con una frazada antes que cerrar las ventanas. "Prefiero que se ventile". Baja y viene hasta el sillón a ver qué estoy haciendo y eso siempre sucede en el exacto momento en que necesito algo: más agua para el mate, un pedazo de pan, un té, la frazada. Él me pone el agua, o me hace el té o me alcanza la frazada. Paso más de la mitad del día tirada en el sillón, siendo feliz, leyendo de a ratos, durmiendo un poco, pensando, maquinando, elaborando proyectos. Hoy no quiero escuchar música y el silencio me acompaña desde el mediodía. El silencio y el ruido del viento, algunos pajaritos, el chiflo del aflador, que me toca timbre y me saca de la introspección. "No, gracias" le respondo al mismo tiempo que otra vecina le grita "¿Quieeeeennnnnnn?".
Desayunamos casi al mediodía con un budín de mandarinas que hice ayer a la tarde (además del budín hice un pancito con semillas, aprovechando el calor del horno para que levara mejor).
En algún momento subo y nos abrazamos. Le doy opciones de paseo pero ninguna prende del todo: hace frío y el piyama y la frazadita son más tentadores que cualquier salida. Las opciones son: barrio chino, ping pong, local de antigüedades, todo en bicicleta. "Pensalo", le digo, y vuelvo a mi rinconcito de abajo. Al rato me dice que va a ir al super, que va a preparar huevos revueltos con panceta y tostadas francesas. Le digo que tostadas francesas para mi no, todo lo demás sí. Y al rato se me ocurre que puedo hacer un babaganush (una de mis palabras favoritas del mundo, ¿se escribirá así?) medio improvisado para comer con el pan que hice ayer. Todavía no se lo informé: me da fiaca subir. Todavía espero mis huevos revueltos.
Desde el sillón veo la máquina de coser que me llama tímidamente para que termine de una buena vez las cortinas. Pero el solo hecho de pensar que tengo que tirarme en el piso para poder tomar las medidas y poder manejar una tela tan grande me da frío. Tal vez más tarde, por ahora sigo cómoda en el sillón.

Armando el hogar dulce hogar I

En el cuartito de arriba habían quedado, de la familia anterior que vivía acá, unos estantes con la pintura saltada, un hueco en una de las maderas, etcétera. Dijimos que no íbamos a tirarlos (a mi me cuesta mucho tirar cosas que pueden o ser arregladas o ser reutilizadas de otro modo). Un tiempo después, cuando yo ya me había mudado, decidimos que podían ser los estantes que nos faltaban en la cocina, que es chiquita, y para mi gusto está mal pensada: a quién se le ocurre que el único enchufe (aparte del de la heladera) esté encima de la pileta (esto significa, por ejemplo, que cada mañana hay que sacar la cafetera de la alacena, enchufarla, usarla, desenchufarla y guardarla, es muy engorroso). Decía, la cocina es chiquita, las alacenas son pocas, etcétera. Pintamos de rojo (pintó Juan) los estantes y un fin de semana los colgamos. Habíamos decidido ponerlos bien arriba para no tener que agujerear los cerámicos (siempre pienso que si uno quiere agujerear cerámicos va a romperlos) y por suerte esa semana estaba de visita una amiga de Juan que nos salvó de la peor decisión que habíamos tomado: ¿Cómo los van a poner tan arriba si ustedes son petisos? No van a llegar a agarrar nada. Por supuesto que tenía tanta razón que todavía nos reímos cada vez que nos imaginamos los estantes arriba y nosotros trepándonos a varias sillas para agarrar un paquete de arroz.


viernes, 25 de mayo de 2012

jueves, 24 de mayo de 2012

El estado de las cosas

Tengo el pelo largo por la cintura.
Una trenza hecha para tapar que está un poco sucio.
Voy a almorzar una milanesa con puré de un lugar donde las porciones son chiquitas y el precio esta infladísimo: es Palermo.
Después voy a comprarme un pantalón porque el que más uso data del 2009 y se está rompiendo.
Pisé mierda en algún momento de la mañana.
Viajé parada en el 34.
Tengo mucho trabajo pero desde que llegué estoy dando vueltas y no avanzo nada.
Estoy linda.

martes, 22 de mayo de 2012

Equivalente


Acabo de volver de un cumpleaños, me cuesta escribir, estoy borracha.


Mañana sigo.
De verdad me cuesta escribir.

lunes, 21 de mayo de 2012

Rebuscadísimo

Cuando me doy cuenta que alguien está dejando de quererme empiezo a buscarle defectos así, para cuando el otro dejó de quererme del todo, yo ya lo odio por completo.

sábado, 19 de mayo de 2012

Los vecinos y los nervios de mis convivientes

Acá al lado los vecinos son músicos.
En este momento uno de ellos está cantando en un idioma inclasificable: puede ser africano, esperanto o inventanto. Hace un rato cantaba una de Bob Marley y el hijo, un chiquito que sólo está los fines de semana, le hacía los coros. Fue desgarrador.
Dos veces por día practican percusión y dos veces por semana tocan saxo.
A veces los escucho charlar cuando estoy en mi terraza y ellos en la suya: la otra vez hablaban de hacer la revolución. Sí, la revolución.
Hasta hace un tiempo no tenían gas y todos los días prendían la parrila.
Todavía no les funciona el timbre, así que cuando Herminda, la administradora, tiene que decirles algo, les patea la puerta hasta que le abren y si no le abren me toca el timbre a mi y me pregunta si sé si los vecinos están o no. Las primeras veces le dije que no sabía y después le dije que no estaban. Pero las últimas veces, cuando escuché que empezaba a patearles la puerta, apagué las luces y corrí en silencio a la planta de arriba hasta que sentí que se había vuelto, derrotada, a su departamento.
Tenemos varios vecinos amantes de la música.
Además de los percusionistas está el que canta Cacho Castaña los domingos por la mañana. Sospechamos que es un violento, aunque tiene un gatito precioso que se trepa por un cerramiento y llega hasta nuestro cuarto. Cuando pasa eso la gatita de Juan se pone muy nerviosa y le grita y se trepa y quiere pelearlo. Se pone muy nerviosa, pobrecita. También ha sucedido que el otro gatito sale por la ventana de nuestro cuarto y después no puede volver. Llora un rato hasta que el violento lo alza y él se mete de nuevo a nuestra casa. Se mete y se va corriendo y se esconde. Se pone muy nervioso, pobrecito.
Hay una vecina sorda. Le habla a los gritos al marido y le canta al perro canciones infantiles. El otro día se quejó porque dice que los porteros nuevos lo suenan lo suficientemente fuerte. Nadie la acompañó en el sentimiento.
La docente que recibe todos los domingos el diario Página 12 toca el piano. Practica largas horas algunas pocas veces durante la semana. Creemos que tiene un bebé pero nunca lo escuchamos así que no sé de dónde sacamos que tiene un bebé.
En el fondo hay una señora rubia teñida, de pelo largo, que vive con un hijo mayorcito y divorciado. El hijo tiene una hija preadolescente que hace algunos meses festejó su cumpleaños en la terraza. Y fue un festejo a todo trapo: había luces de colores y un dj. Se pasaron varias cumbias y un centenar de veces sonó Ai se eu te pego. Los preadolescentes gritaban muchísimo. Juan se puso muy nervioso, pobrecito.

viernes, 18 de mayo de 2012

Composición. Tema: La adaptación a la convivencia

Juan no dobla las toallas de la manera que a mi me gusta que se doblen las toallas.



Y ese es todo el cliché que voy a permitirme.
Al menos por el momento.

domingo, 13 de mayo de 2012

Fue una grandísima noche

Anoche fuimos a Notorious y a mi me picó la concha.
Al lado nuestro se sentaron dos brasileñas muy operadas que volvieron loco al mozo porque no entendían el menú y el mozo, un morochón muy Cristian U, no sabía cómo explicarles que la promoción venía con una gaseosa y una copa de vino. La confusión era absolutamente lógica: ¿por qué habría una promoción con una gaseosa y una copa de vino? Finalmente se tomaron un vino chiquito entre las dos. Hablaron muy fuerte y su mesa estaba muy pegada a la nuestra. Por momentos me puso de pésimo humor, después del segundo gintonic pensé en conversar con ellas, promediando el tercero les quise patear la cabeza.
Pedimos una tabla de quesos y fiambres que era de una tristeza descomunal: en el centro del plato una hoja de lechuga y dos tomatitos cherry. Sobre la hoja de lechuga tres papitas al horno duras, crudas, arenosas, feas. Alrededor de todos esos vegetales: un pedacito de brie frío (parecía queso fresco), dos fetas de queso de máquina, unos salames y unos jamones crudos. Lo dicho: una tristeza descomunal.
El público estaba entre los setenta y setenta y cinco años con excepción de nuestra mesa, la mesa de la divorciada progre con sus dos hijos que prestaban más atención al celular que a la banda y la mesa de las familia feliz que sale un sábado por la noche a escuchar a Malosetti padre.
Me empezó a picar después de la primera tanda de la banda. Después de haber salido a fumar. Después de haber tenido frío en la calle. Después de haber comido la tablita tristecita de jamoncitos, quesitos y lechuguita.
El contrabajista, un cuarentón medio canoso exactamente igual a Pablo Massey, presentaba los temas con un desgano nunca visto. Pronunciaba mal el nombre de los temas en inglés y hacía chistes que o no entendíamos o no eran graciosos. Fumar en el intermedio me produjo un bajón bárbaro que palié comiéndole la panera a la pareja que se sentó con nosotros y que yo no conocía. Y ellos no conocían a Malosetti. Ni al padre ni al hijo. Habían caído ahí no sé por qué: ella era una modelito de las más lindas que haya visto y él era un jugador de rugby.
Malosetti no habló. No hubo nada espectacular: ni luces ni un sonido que te volara la peluca y aún así, toda la situación era medio vuela-peluca. Malosetti no habló y solamente dijo gracias, se señaló el corazón y después hizo una reverencia indicando que nos regalaba su corazón. O que todo eso era para nosotros. O por nosotros. O algo así. Fue cuando el contrabajista lo presentó como el líder del cuarteto.
Hubo una larga discusión en la mesa cuando el saxofonista dejó el saxo y agarró otro instrumento y no podíamos decir si era un clarinete o un saxo alto. Qué nivel de discusión, tan snobs nosotros, con nuestros gintonics y nuestra pose intelectualoide, debatiendo si existían o no los clarinetes de bronce. Yo votaba que era un saxo alto. Pero al final no era ni un alto ni un clarinete: era un saxo soprano. Eso es confuso de verdad.
Pensé que cuánta humildad Malosetti padre, que no hablaba y apenas sonreía, pero después me di cuenta que todos los demás (el contrabajista, el guitarrista y el saxofonista) tenían camisas blancas y él, camisa negra. Tocaban como si estuvieran en el living de tu casa, la diferencia era que no era el living de tu casa y vos no podías estar en patas y sin corpiño. Tocaban sin esfuerzo, tan natural todo. Tan dado. Ya estaba terminando cuando empezó a picarme la concha. Me moví sobre el asiento tratando de hacer fricción y pensé, en el siguiente orden: estoy sucia, tengo hongos, tengo cáncer, me voy a morir. Las fricciones no colaboraron y a mi me agarró un ataque de risa porque me picaba la concha mientras tocaba Malosetti y discutíamos lo del clarinete y las brasileñas hablaban con un tono carnavalesco y una pareja muy menemista, sentada en el fondo, se peleaba porque a él le sonaba el celular cada cinco minutos y ella se enojaba y le decía podés apagar eso de una vez, y yo no veía lo que él le contestaba pero ella bufaba y suspiraba fuerte y yo me dije a mi misma: ojalá nunca lleguemos a eso. La picazón pasó del mismo modo que había venido: sin que yo hiciera nada.
Mi ataque de risa pasó a ser la constante de la noche, todo me causaba gracia, incluso el señor que me miraba de lejos y me hacía un gesto despectivo con la manito porque oíme, chiquita, está tocando el señor, tené un poquito de respeto.
El tema de los aplausos me llamó mucho la atención: había que aplaudir todo el puto tiempo. Después de la presentación del tema, después de cada estrofa, después de cada solo, después de algo espectacular, después de un malogrado chiste y después de que terminara el tema. Era agotador. Había un señor sentado en diagonal a nuestra mesa que era el que generalmente empezaba con las palmas y todos teníamos que seguirlo. Después otro quiso ser el protagonista, el yo también puedo empezar un aplauso y fracasó y aplaudió solito.
El anteúltimo tema fue un swing de los años ´40 y sonaba como si lo estuviera tocando una super big band pero eran ellos nomás, tres monitos de camisa blanca y papá mono de camisa negra, todos con ese talento y esa pasión que alguna vez yo quisiera tener por algo. El último tema, un bis que todos pedimos con palmas fue presentado así: este tema no voy a presentarlo porque lo conocen todos. Y tocaron una versión de All of me y todos quisimos bailar pero nadie se movió.
Cuando terminó el tema fui al baño y cuando salí crucé una mirada con el contrabajista, quise decirle que me había encantado y que lo felicitaba pero la onda groupie no van conmigo y con mi timidez.
Malosetti padre se fue y nosotros volvimos a salir a fumar. En la puerta había un taxi que lo esperaba y él estaba sentado del lado de adentro, esperando que la mujer que lo acompañaba terminara de envolver su guitarra con unos pañuelos, una tela negra y unos nuditos; y después de envolver la guitarra tuvo que esperar que la misma mujer contara un fajo de billetes sentada en esa mesa. Nosotros veíamos todo eso de afuera y lo veíamos a Malosetti padre, sentado, con sus ochenta años encima, con la boca temblorosa y comentamos lo cruel que es la vejez con todos y recordamos lo que había dicho Juan en medio de un tema: Toda esta gente de acá, que tiene ochenta años, viene acá y disfruta pero no sabe si mañana se levanta. No fueron exactamente esas las palabras pero sí la idea. Odiamos la vejez.
Salió viejito y con frío y se subió al taxi y se fue.
Cuando entramos, otra banda se preparaba: Sinagra. Es como Sinatra, pero con una metra cambiada, nos explicó el mozo. En el momento entendí que la banda se llamaba así porque era un homenaje, pero acabo de buscar "sinagra jazz" y al parecer el tipo que canta y toca la trompeta se llama Miguel Sinagra. ¿Será un nombre artístico o desde el día que nació estuvo destinado a cantar jazz? De cualquier manera no importa tanto. El primer tema explotó. La bajista era una petisita a la que el bajo le quedaba inmenso y el guitarrista era un gordo gigante al que la guitarra le quedaba etcétera. Al pobre Miguel Sinagra se le rompió la trompeta en el primer tema, ese que estaba explotando, y desde ese momento su humor decayó al subsuelo de los malos humores y estaba insoportable. Talentoso, sí. Carismático, recontra. Apuesto, un poco. Insoportable, se me rompió el termómetro de tan alto que picó. Lo escuchamos cantar y cantaba hermoso, tenía un tic con la corbata, la acomodaba, la desacomodaba, la acomodaba y así. Las partes de trompeta las hacía con la boca como un Bobby McFerrin del subdesarrollo y yo le dije a Juan que lo único que le faltaba era ser negro. Hubo risas.
Cuando terminó y nos estábamos por ir, aposté que ahora, que empezaban las jam sessions, iban a subirse todos los que estaban sentados en la mesa de atrás nuestro y que iban a romperla. Se subieron pero no la rompieron tanto, aunque el baterista era un señor de sesenta con unos anteojos redondos de marco grueso, tan alto que para sentarse en la batería tenía que hacer contorsionismo. Ese señor sí que la rompe, pensé, y me dieron ganas de hacer un documental de la movida de jazz porteño. Otro de los proyectos que pienso y nunca concreto. Escuchamos uno o dos temas o uno solamente y nos fuimos a un bar dark que hay en Avenida de Mayo donde nos tomamos una cerveza que nos salió carísima y nos fuimos a casa.
Antes de dormir, vimos un capítulo de Will and Grace.
Fue una grandísima noche.

Un tono casi solemne y muy serio para cosas que son demasiado comunes

El 166 que me tomé en Vélez estaba semivacío así que me senté rápido, todavía con un pico de adrenalina feroz: mientras esperaba el colectivo en la primera parada del Metrobús, la gente se agolpaba en los alrededores de Vélez y se apuraba para entrar al club para salir después de cinco minutos en los micros que iban a La Boca. Estaban emocionados, borrachos y gritones. Excitados. Un poco me habían contagiado.

Me senté, decía, todavía con un poco de excitación. Agarré el libro que estoy leyendo y casi terminando: Diario de una princesa montonera. Ya me había pasado a la ida: me conmueve profundamente, un poco me duele, otro poco me da miedo, lo disfruto muchísimo. No quiero que termine y al mismo tiempo no puedo parar de leerlo y sé que pronto (hoy, en realidad) se va a terminar. Eso, un detalle.

Me daba el solcito en la cara y me calentaba y me apoyé todo lo que pude en la ventanilla. Había olor a vómito pero al ratito ya no había más y me despreocupé. Seguí leyendo y miré el vidrio en una pausa entre un título y otro o entre un párrafo y otro y vi que la ventanilla estaba vomitada. Y vi que mi campera tenía vómito ajeno. Y sin escandalizarme mucho me levanté y me cambié de lugar.

Me acordé de la vez que en el Parque de la Costa (o en otro parque), en ese juego que es como un trompo humano (base circular y humanos alrededor, parados, con unos cinturones, no sé si se entiende. En este punto me pareció apropiado googlear Rotor porque no sé de dónde saqué que se llamaba así y bueno, tenía razón) un chico que estaba dos o tres espacios después que yo, vomitó en el juego y el vómito hizo un movimiento singular y terminó sobre una zapatilla mia celeste hermosa que después apestó toda la tarde: lo mismo o algo parecido pasaba en los Simpsons pero creo que ahí eran Lisa y Bart que se escupían y por los movimientos rápidos del Rotor las escupidas terminaban todas sobre Milhouse.

sábado, 12 de mayo de 2012

Otro sábado

Otra vez pan casero, ésta vez integral. Cada día me salen más ricos.
Para la hora de la merienda, cupcakes de remolacha y chocolate, mate y mucha felicidad.

En la foto, de fondo, el mueble celeste con flores, un poco más adelante un televisor del siglo pasado, sobre el televisor una parte de la biblioteca que en el medio (no se ve en la foto) se está hundiendo por el peso y en cualquier momento se quiebra. Me gustaría estar presente el día del quiebre porque todos los libros cayendo debe ser un espectáculo precioso.




Además: el food styling no es lo mio y todas mis comidas se ven muchísimo más lindas en vivo y en directo. Fui al supermercado sin corpiño, con un buzo deportivo que me queda pésimo y un jean que me hace tremendamente caderona. Me consoló mucho ver una abrumante cantidad de familias feas y changos llenos de paquetes de fideos y salsas preparadas.

miércoles, 9 de mayo de 2012

No me gustan

-Los que se autodenominan. No importa si es: intelectual, hippie, loco, bizarro o inteligente. Nadie que sea "algo" debería tener la necesidad de explicitarlo.

-Los que todo el tiempo hacen amigos nuevos. El otro día pensaba si era que no confiaba en ellos o si les tenía envidia. Lo pienso desde hace varios años y siempre llego a lo mismo: no confío en alguien que todo el tiempo tiene nuevos amigos. Tampoco me gusta la camaradería secundaria en minas de treinta años.

-Los que no escurren el trapo de la cocina y los que lo tienen muy sucio o con olor a vómito (hay un punto en que varias cosas: un trapo rejilla, un libro viejo o una olla, toman un olor a vómito rarísimo y muy asqueroso).

-Zoey Deschanel, Miranda July.

-El tomate como verdura por default de los argentinos.

-Los que esperan que la peli tenga un mensaje. Los que quieren descifrar qué quiso decir el director. Los que no disfrutan de las pelis de Hollywood porque son menores.
 

domingo, 6 de mayo de 2012

Sábado de angustia, pan casero y depilación.
Domingo de películas, papas fritas y polenta.

lunes, 30 de abril de 2012

Uno se cree antiñoño hasta que pasan estas cosas

El pollo frito nos conmueve profundamente. Era miércoles y estábamos por salir a comerlo. Antes de apagar las luces y abrir la puerta para después cerrarla y caminar bajo la noche todavía de verano, me pidió que le alcanzara el cepillo de dientes que estaba en el baño de mi casa porque el de su casa estaba hecho mierda y se había olvidado de comprar uno.

Cuando entré al bañó y prendí la luz me largué a llorar.
En el número uno estaba mi nombre.






Por supuesto que dije que sí.

miércoles, 11 de abril de 2012

Es plan

Trabajar en algo más o menos copado.
O más copado.
O menos copado.
Ahorrar para irse de viaje un mes por año.

Irse de viaje.
Muy diferente a irse de vacaciones.

viernes, 2 de marzo de 2012

Volví a decir mini-pavadas de película (y ahora parece que también voy a decir mini-pavadas de series). Uno hace lo que hace y después va y lo comenta. Yo ahora miro películas y series y no mucho más.

lunes, 20 de febrero de 2012


Estuve pensando con mucha frecuencia y seriedad, hacerme un cinturón con herramientas porque no se imaginan lo incómodo que es subir y bajar de la escalera cada vez que se necesitan un destornillador o una pinza. El problema es que estaría acercándome un poco a una estética tortillero-leñadora y no es la idea.
Ay, pero miren esa foto. Qué comodidad, qué practicidad.
¿Y si la hago con una tela rosa?

domingo, 19 de febrero de 2012

Recuerdos o sueños o anécdotas inventadas

Hay algunas cosas que me onfunden: no sé si me pasaron a mi, si le pasaron a otros y me las apropié, si las soñe o las inventé.

A saber:

- Me caí en una zanja, abrí los ojos y todo era un barro espeso muy oscuro con sapos y bichos nadando. Me rescató mi vecino que se tiró a la zanja y me sacó. Yo tenía tres años.

- Un señor me mostró la pija desde su auto mientras yo le explicaba cómo llegar a Liniers.

- Dos pendejos me quisieron robar la bici a los trece y yo los esquivé como una campeona del ciclismo.

- Me volqué una taza de café con leche sobre un vestido que me gustaba mucho porque se parecía a los que usaba Flavia Palmiero en La ola está de fiesta.

- Etcétera.

martes, 24 de enero de 2012

Permanente

Ocho treinta: suena el despertador.

Mi despertador es el teléfono, creo que ya casi nadie usa reloj despertador. Como todos los celulares modernos, la alarma del despertador es una musiquita amable. Justamente lo contrario a lo que debería ser un despertador: molesto, violento.

Lo dejo sonar un rato porque al ser tan amable se incorpora como parte de mis sueños. Lo apago apretando "Pausar". Eso significa que dentro de diez minutos va a volver a sonar.

Ocho cuarenta: suena el despertador.

Lo más rutinario de mi vida es esto de apagar el despertador y que vuelva a sonar en diez minutos, una versión sofisticada del "Cinco minutos más, má". Cuando duermo sola no es problema porque, justamente, estoy sola. Ahora, dormir con alguien y que ese alguien tenga que escuchar una música amable pero de llamada en espera cada diez minutos debe ser una tortura asquerosa. Lo reconozco, lo sé, y creo que no me importa mucho.

Aprieto "Pausar" de nuevo.

Ocho cincuenta: suena el despertador.

Unos segundos antes de que suene siento que me duermo más profundo de lo que me dormí en toda la noche. Como si de repente a las ocho y cuarenta y ocho me sumergiera en el estado más espectacular de sueño. Siento como si volara y nadara al mismo tiempo. Como si volara y nadara y no tuviera que hacer ningún esfuerzo.

Aprieto "Parar". Eso significa que tengo que levantarme sí o sí.

Estoy en la peluquería. Me miro el pelo y trato de explicarle al peluquero que quiero hacerme algo medio jugado pero no sé qué. Le digo que siempre quise tener rulos. Me sugiere una permanente. Yo repito "Permanente". Y abro los ojos y vuelvo a decir "Pemanente". Y ahí me doy cuenta de que había apagado el celular, que el "Parar" es permanente. Que me quedé dormida.

Son las once de la mañana.

lunes, 23 de enero de 2012

Un desmayo y la anestesia general ( o la elipsis por fundido a negro o por corte directo)

Una vez me desmayé.
Fue en el Luna Park. Yo tenía una mochila verde con trece libros adentro porque por esos días estaba preparando un final, uno de los últimos de la carrera.
Estaba parada bastante cerca del escenario, esperando que de una vez por todas empezara a tocar Franz Ferdinand. Empecé a sentir calor. Empecé a transpirar, un sudor frío que me caía por la espalda. Tenía las manos húmedas y temblorosas. Sentí la palidez. Sentí que se me aflojaban las piernas. Me agaché para ver si se me pasaba y me volví a levantar. Estaba con mi novio de ese momento y con una amiga. Los ojos se me empezaron a cerrar, se apagaron las luces porque empezaba el recital y lo úlitmo que escuché fue a mi novio diciendo "Agarrala que se cae". Abrí los ojos cuando sentí el vientio frío de la vereda del Luna Park. Vomité lo poco que había comido en el día. Me perdí los primeros temas.
Quedé muy angustiada ese y los días siguientes, no por el desmayo en sí sino por la sensación de haber perdido completamente unos minutos de mi vida: no sé qué pasó desde que escuché el "Agarrala que se  cae" hasta que abrí los ojos en la vereda. No sé cómo llegué hasta ahí ni sé qué pasó en mi cabeza en esos minutos. Perderse un pedazo de tiempo es rarísimo. Lo rememoro y me da escalofríos.
Cuando tuve que hacerme ese estudio con anestesia general lo único que me daba miedo era, justamente, la anestesia general. Trataban de tranquilizarme diciendo que era una boludez (que lo era), diciendo que era divertido (que no lo era). La enfermera era una señora cincuentona rubia teñida de pelo corto. Me dijo que me sacara todo y yo, incrédula, iba preguntándole: "¿Las medias también?", "¿El corpiño?", "¿La bombacha?". Las dos primeras veces me respondió con moderada amabilidad y después empezó a contestarme con un seco "Todo" a cada pregunta que yo hacía. Me acosté en la camilla con una cofia que se me caía y esperé al camillero, un muchachote bastante bruto que chocó mi camilla con todas las paredes que se le cruzaron. No recuerdo exactamente cuándo me despedí de mi novio, pero sé que tenerlo ahí era lo único que me daba tranquilidad.
En el quirófano el médico me explicó todo lo que iba a hacerme y yo pensé que hubiera preferido no saberlo. Me preguntó si tenía miedo y le dije que sí. Me dijo que no pasaba nada. La anestesista era una señora regordeta con pelo corto colorado que me dijo que iba a "Suministrarme una tranquila anestesia", que iba a sentir un pinchacito, un poco de mareo y nada más.
Me preguntó varias veces si estaba mareada y yo siempre le decía que no hasta que empecé a sentir algo muy parecido a una leve borrachera y ahí sí, le dije que estaba un poquito mareda. Y lo repetí: "Un poquito", como para que no pensara que con lo que me había dado era suficiente.

"Un poquito".

Abrí los ojos y estaba en una sala que no era la sala donde había entrado antes. La enfermera que estaba conmigo me dijo algo pero no la escuché, o no la recuerdo, o fue tan insignificante que no me importó. Entró Juan, me dio un beso, o me abrazó, o las dos cosas. Yo me dormía y me despertaba. Ahí vino lo peor: un dolor en la parte baja del abdomen que me hizo retorcer, como si tuviera cuatro o cinco enanos saltando en mi panza y revolviendo todo, moviendo todo, cambiando de lugar los órganos para estar más cómodos. Dolor dolor y más dolor. Después de media hora me dijeron que ya estaba, que podía irme. Ese día dormí una siesta de seis horas.

Me habían dicho que la anestesia general era como un fundido a negro, que se me iban a ir apagando las cosas. Yo lo pensé como un desmayo, pero la anestesia general no es un fundido. Es un corte seco, de una escena a otra, una elipsis violenta, es no saber cuánto tiempo pasó entre una cosa y la otra, es decir "Un poquito" y abrir los ojos y estar en otro lado.

sábado, 21 de enero de 2012

Celeste siempre celeste

¿Y ese piso?
Guau.

Del cinco al veintiuno




Los highlights de este verano son demasiados.
Uno de los mejores fue una ensalada hipercalórica que preparé el otro día, con higos, jamón crudo, queso brie y rúcula. El balance fue raro, mucho jamón y poco queso, estuve toda la noche soñando que tomaba litros y litros de soda de la cantidad de sal que había quedado dando vueltas en el organismo.
Otro fue el traslado de una Santa Rita en la bicicleta, fueron siete cuadras de pura adrenalina, en cada pocito saltaba la bicicleta, saltaba la planta, saltaba yo y saltaban unos pedazos de tierra que serán debidamente repuestos para que la planta no sufra de desabastecimiento. Su nuevo hogar es una terraza, tiene algunos amigos nuevos: un ficus, una glicina, un perejil, una que tiene unas flores muy lindas y no sé cómo se llama. La Santa Rita está muy contenta en su nuevo hogar.
Convivir sin convivir es lo más divertido del mundo. Tener dos lugares felices e ir alternando entre uno con patio y gatos y novio y otro con aire acondicionado y novio es fácil. Trasladar bolsos con ropa de una casa a otra no, no es fácil ni divertido, pero todo no se puede.
Tener trabajo es alienante cuando el trabajo demanda tantas horas y tanta concentración y cuando lo que se edita es un reality show de latinos en Miami que la pasan mal y después la pasan peor. Los veo y me deprimen un poco: tenían sus happy places en sus países amados y largan todo para aventurarse al sueño americano al que llaman insomnio americano. Tres trabajos, deudas, hipotecas, querer llegar a las grandes ligas y no tener tiempo ni para mirar una película. No entiendo por qué eligen lo que eligen.
Tuve dos entrevistas para dos trabajos en dos lugares muy diferentes pero iguales entre sí: feos. Uno en un edificio súper canchero con recepcionista, otro en una casa antigua sin aire acondicionado y con mucho olor a chivo. De las dos entrevistas volví bajoneada: no quería trabajar en esos lugares. Después me tocó éste, que está por terminar, en una casa antigua preciosa con aire acondicionado y gente que fuma todo el tiempo. Volví a fumar con ellos. Trabajo doscientas horas por día y a las once de la noche estoy bostezando y tardo tres noches en ver una película porque siempre me quedo dormida. Y aun así estoy feliz: de todos los lugares donde me tocó trabajar, éste lugar me recuerda a mi primer trabajo, el mejor trabajo que tuve.
Esta semana fui en bicicleta tres días seguidos y al cuarto tuve que abandonar porque las rodillas me hacían crac crac crac. Como las viejas. Crac crac. Pero a pesar del dolor de rodillas la bicicleta es lo más lindo del universo. Cuando todavía vivía en Ramos me manejaba en bicicleta absolutamente para todos lados, después vine a Capital y Capital es un terreno hostil para los ciclistas: los colectiveros siempre tocan bocina porque sí, los peatones cruzan como se les canta el orto y los taxistas siempre están frenando y acelerando cerca de la vereda sin poner balizas. Post aparte merecen los hijos de punta que no ponen la luz de giro.
El otro highlitgh del verano y tal vez del 2012 es la mudanza de Juan. Nunca en mi vida viví una mudanza con tanta alegría y entusiasmo, seguramente porque la mudanza no es mia y ayudar en una mudanza no tiene nada que ver con mudarse uno mismo: le dugiero directivas de organización y él cumple porque sabe que yo soy sinónimo de practicidad. Lo ayudé también a elegir el color de la pared, fue un trabajo muy minucioso y difícil: no hay nada peor que un indeciso. La pared quedó de un rojo un poco oscuro con un poco de rosa que es un fuegor de hermosura. Lo obligué a pintar un mueble de celeste diciéndole que confiara en mis instintos básicos de decoración y, bueno, mis instintos nunca fallan y el mueble es otra locura de hermosor.
Con el tiempo he recolectado datos sobre arreglos de la casa que me salvan a mi y salvan a otros. Recomendar un pintor y que sea un gran pintor es toda una satisfacción. Recomendar alguien que plastifica pisos. Ir a Easy y saber qué hay que comprar y qué no. Saber instalar cosas, arreglar, reparar, darse mañan. Se lo debo a mi papá y a todas nuestras jornadas de trabajadores de taller: él me enseñó a pelar cables, a armar lámparas, a cambiar cueritos y a pintar.
Es un tiempo de felicidad absoluta y mucho cansancio. Me da muchísima pena no tener tiempo para cocinar, coser o armar origamis. Me da mucha pena no poder dormir más de seis horas o tener que estar encerrada todo el día. Me da pena haber vuelto a fumar y tener un montón de deudas y no poder gastar un peso de más porque ese peso de más significa un poco más de deuda. Me da pena no tener tiempo para pintarme las uñas o no tener tiempo para tirarme en la cama a escuchar música. Me da mucha pena no estar viendo a mis amigos y ni siquiera ser capaz de mandarles un mail. Me da pena pero al mismo tiempo tengo que decir que éste fue el mejor enero de toda mi vida.

miércoles, 4 de enero de 2012

Sucede en Colegiales

Un padre con camisa escocesa.
Un hijo con camisa escocesa.
El padre camina.
El niño va en un transporte infantil: en mi familia lo llamamos "pata" pero no sé si ese es el nombre correcto.
El niño entra en una carnicería.
El padre lo filma con un iphone.